Somos testigos de una época que se desvanece.
Asistimos al paso del tiempo sabedores de nuestro orígen científico y
la incertidumbre e incredulidad que plantea el sentido de nuestra propia existencia.
El presente como experiencia vital y tangible, recobra todo su poder reclamando el
derecho a percibir con nuestros sentidos el paso del tiempo como una experiencia
que nos enriquece, lejos ya del utilitarismo de lo colectivo, en el que el plano personal
queda homogeneizado por la estadística y la economía global como nuevo patrón
religioso y ético que todo lo cuantifica.
Lo individual reclama su espacio.
Lo íntimo exige silencio.
Tempus fugit, carpe diem...